martes, 4 de septiembre de 2007

LA LUCHA CON DOÑA OLGA

A veces el Dr. Tuga iba con la cabeza baja, caminando durante días con la cabeza baja, los ojos fijos en el suelo, maldiciendo, sólo maldiciendo. Cuando andaba en la calle se chocaba con gente; le gustaba pelearse a las piñas con cualquiera; tenía una peculiar habilidad que consistía en salir airoso,siempre, de aquellas situaciones a las que se exponía. Eso, hasta que se cruzó con doña Olga, la hermana de Yina, el mecánico del barrio.
Doña Olga es una cuarentona, soltera, que siempre va y viene por la cuadra, sola.
Cierta mañana el Dr. tuga salió (tenía que ir hasta el banco -cosa que odia- a pagar la factura de la luz porque si no, la empresa proveedora de luz procedería a ejecutar la suspención del suministro); entoces el Dr. Tuga salió, echando putas, y de golpe PAF! va y se choca con doña Olga, que, al parecer, también venía algo contrariada.
-Qué hashé, vaca -comentó el Dr. Tuga sin detenerse.
A lo que doña Olga replicó:
-Pero qué te creíste, pelotudo!
Y acto seguido corrió tras el Dr. Tuga dándole, por atrás, por la espalda (de manera cobarde y traicionera) golpes de gancho que iban a parar derecho a las orejas del Dr.
El Dr. Tuga, lógicamente sorprendido ante esa reacción violenta por parte de doña Olga, todo lo que pudo hacer para evitar las piñas fue agacharse, realizar un medio giro y, como en sus mejores épocas de alumno de taekwondo, levantar la guardia y tirar una patada de costado (girando el talón del pie izquierdo, en el suelo, para acentuar el golpe) provocando de esta manera la caída inmediata de doña Olga, que recibió la patada a la altura del pecho.
Esa fue una mañana muy inquieta. De inmediato Yina, el mecánico, oyó los gritos, horribles (formaban como una letanía colmada de quejidos y lamentos) que profería doña Olga desde el suelo. Salió a la calle y al ver a su hermana en el piso y al Dr. Tuga alejándose, otra vez encorvado, puteando, para el lado de la esquina, Yina gritó:
-Parate ahí, puto!
Naturalmente el Dr. Tuga no se dio por aludido; siguió caminando, manso, sin elevar la cabeza. Entonces oyó la súbita carrera, el intrépido ruido de los pasos de Yina que venía por atrás.
Cuando alcanzó a girar, El Dr. Tuga ya tenía encima el primer golpe de Yina que le alcanzó la boca. Fue como una campana, como un tiro. En lugar de neutralizarlo, ese golpe fue una suerte de satori; oyó bombos veloces a lo lejos, el aire se impregnó de olor a guerra. El sabor a metal de la sangre le llenaba la boca, la garganta.
Peleó durante un rato con Yina. Los dos eran muy buenos luchadores.
Como ocurre tarde o temprano, en un momento llegó la policía y a todos en el barrió se les terminó al fiesta.
El Dr. Tuga pasó preso cuatro días. Salió mansito y lúcido como un colibrí.
-Cómo estuvo la cárcel, Doctor - le pregunté el día que salió.
-Cerrá la boca, vos -contestó él. Y luego de un momento-: Estuvo linda -dijo.
El Dr. Tuga, y yo también, sí, no podiamos parar de sonreir.

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