Hoy el dr. Tuga anduvo por el microcentro.
-Qué manera de ver culos y tetas! -exclamó mientras descorchaba una botella de vino Carcassonne-. Tetas, culos por todos lados!
-Cómo le fue en la entrevista, Doctor?
El Dr. Tuga había ido a una entrevista de trabajo.
-Bien -dijo el Dr. mientras se servía vino en una taza-. Hablé con una pendeja de unos... 25 años. "Su apellido es Tuga?", me preguntaba la pelotuda. Y ahí qué dice, en el currículum, le contestaba yo. Y la pendeja sonreía. Sonreía.
-Quizás ella intentaba ser amable -sugerí.
-No sé -dijo el Dr.- Era más bien boluda, pero linda. Yo la miraba y no podía evitar pensar cómo reaccionaría esa boca circunspecta alrededor del tronco de mi pija.
martes, 18 de septiembre de 2007
martes, 11 de septiembre de 2007
EL ENCIERRO
Desde hace varios días el Dr. Tuga está encerrado en su casa, con las persianas bajas. Yo trato de no llamarlo, para no molestarlo, pero a veces no puedo resistir la tentación de saber cómo está, si necesita algo. Entonces marco su número, lo llamo. El Dr. deja que el teléfono suene un rato; después, levanta el tubo. Silencio. No dice "Hola" ni nada. Por fin, tímidamente:
-Doctor -susurro-. Doctor...
Entonces el Dr. Tuga cuelga y yo me quedo con el teléfono en la mano oyendo el ruido intermitente de la línea inconexa.
-Doctor -susurro-. Doctor...
Entonces el Dr. Tuga cuelga y yo me quedo con el teléfono en la mano oyendo el ruido intermitente de la línea inconexa.
viernes, 7 de septiembre de 2007
CUMPLEAÑOS
Hoy es el cumpleaños del Dr. tuga. Llegué temprano a su casa con facturas.
-Feliz cumpleaños, Doctor -dije.
-Qué trajiste, ahí -dijo él a modo de saludo.
-Facturas, Doctor.
-Bueno, hacé lo siguiente. Andá a la cocina, poné las facturas en una bandeja y metete las facturas con bandeja y todo en el orto, para que te duela.
-Pero Doctor...
Yo me había ruborizado. Era evidente que hoy el Dr. no andaba de buen humor.
-Quiere que cebe unos mates, Doctor?
Lo que aquí me dijo el Dr. es para mí difícil de reproducir, porque se trata de algo muy grosero. Pero, ya que me he propuesto narrar las peripecias del Dr. Tuga en este espacio que tan generosamente el Sr. Kuy nos ha brindado, voy a hacerlo más allá de mis juicios y prejuicios. El Dr. Tuga me replicó, cuando le propuse cebar mate:
-Querés mate? Bueno, hacete unos mates, pero utilizá ésta de bombilla.
Y, al decir ésta, el Dr. Tuga llevaba su mano al sexo y no paraba de moverla de manera licenciosa.
-Feliz cumpleaños, Doctor -dije.
-Qué trajiste, ahí -dijo él a modo de saludo.
-Facturas, Doctor.
-Bueno, hacé lo siguiente. Andá a la cocina, poné las facturas en una bandeja y metete las facturas con bandeja y todo en el orto, para que te duela.
-Pero Doctor...
Yo me había ruborizado. Era evidente que hoy el Dr. no andaba de buen humor.
-Quiere que cebe unos mates, Doctor?
Lo que aquí me dijo el Dr. es para mí difícil de reproducir, porque se trata de algo muy grosero. Pero, ya que me he propuesto narrar las peripecias del Dr. Tuga en este espacio que tan generosamente el Sr. Kuy nos ha brindado, voy a hacerlo más allá de mis juicios y prejuicios. El Dr. Tuga me replicó, cuando le propuse cebar mate:
-Querés mate? Bueno, hacete unos mates, pero utilizá ésta de bombilla.
Y, al decir ésta, el Dr. Tuga llevaba su mano al sexo y no paraba de moverla de manera licenciosa.
martes, 4 de septiembre de 2007
LA LUCHA CON DOÑA OLGA
A veces el Dr. Tuga iba con la cabeza baja, caminando durante días con la cabeza baja, los ojos fijos en el suelo, maldiciendo, sólo maldiciendo. Cuando andaba en la calle se chocaba con gente; le gustaba pelearse a las piñas con cualquiera; tenía una peculiar habilidad que consistía en salir airoso,siempre, de aquellas situaciones a las que se exponía. Eso, hasta que se cruzó con doña Olga, la hermana de Yina, el mecánico del barrio.
Doña Olga es una cuarentona, soltera, que siempre va y viene por la cuadra, sola.
Cierta mañana el Dr. tuga salió (tenía que ir hasta el banco -cosa que odia- a pagar la factura de la luz porque si no, la empresa proveedora de luz procedería a ejecutar la suspención del suministro); entoces el Dr. Tuga salió, echando putas, y de golpe PAF! va y se choca con doña Olga, que, al parecer, también venía algo contrariada.
-Qué hashé, vaca -comentó el Dr. Tuga sin detenerse.
A lo que doña Olga replicó:
-Pero qué te creíste, pelotudo!
Y acto seguido corrió tras el Dr. Tuga dándole, por atrás, por la espalda (de manera cobarde y traicionera) golpes de gancho que iban a parar derecho a las orejas del Dr.
El Dr. Tuga, lógicamente sorprendido ante esa reacción violenta por parte de doña Olga, todo lo que pudo hacer para evitar las piñas fue agacharse, realizar un medio giro y, como en sus mejores épocas de alumno de taekwondo, levantar la guardia y tirar una patada de costado (girando el talón del pie izquierdo, en el suelo, para acentuar el golpe) provocando de esta manera la caída inmediata de doña Olga, que recibió la patada a la altura del pecho.
Esa fue una mañana muy inquieta. De inmediato Yina, el mecánico, oyó los gritos, horribles (formaban como una letanía colmada de quejidos y lamentos) que profería doña Olga desde el suelo. Salió a la calle y al ver a su hermana en el piso y al Dr. Tuga alejándose, otra vez encorvado, puteando, para el lado de la esquina, Yina gritó:
-Parate ahí, puto!
Naturalmente el Dr. Tuga no se dio por aludido; siguió caminando, manso, sin elevar la cabeza. Entonces oyó la súbita carrera, el intrépido ruido de los pasos de Yina que venía por atrás.
Cuando alcanzó a girar, El Dr. Tuga ya tenía encima el primer golpe de Yina que le alcanzó la boca. Fue como una campana, como un tiro. En lugar de neutralizarlo, ese golpe fue una suerte de satori; oyó bombos veloces a lo lejos, el aire se impregnó de olor a guerra. El sabor a metal de la sangre le llenaba la boca, la garganta.
Peleó durante un rato con Yina. Los dos eran muy buenos luchadores.
Como ocurre tarde o temprano, en un momento llegó la policía y a todos en el barrió se les terminó al fiesta.
El Dr. Tuga pasó preso cuatro días. Salió mansito y lúcido como un colibrí.
-Cómo estuvo la cárcel, Doctor - le pregunté el día que salió.
-Cerrá la boca, vos -contestó él. Y luego de un momento-: Estuvo linda -dijo.
El Dr. Tuga, y yo también, sí, no podiamos parar de sonreir.
Doña Olga es una cuarentona, soltera, que siempre va y viene por la cuadra, sola.
Cierta mañana el Dr. tuga salió (tenía que ir hasta el banco -cosa que odia- a pagar la factura de la luz porque si no, la empresa proveedora de luz procedería a ejecutar la suspención del suministro); entoces el Dr. Tuga salió, echando putas, y de golpe PAF! va y se choca con doña Olga, que, al parecer, también venía algo contrariada.
-Qué hashé, vaca -comentó el Dr. Tuga sin detenerse.
A lo que doña Olga replicó:
-Pero qué te creíste, pelotudo!
Y acto seguido corrió tras el Dr. Tuga dándole, por atrás, por la espalda (de manera cobarde y traicionera) golpes de gancho que iban a parar derecho a las orejas del Dr.
El Dr. Tuga, lógicamente sorprendido ante esa reacción violenta por parte de doña Olga, todo lo que pudo hacer para evitar las piñas fue agacharse, realizar un medio giro y, como en sus mejores épocas de alumno de taekwondo, levantar la guardia y tirar una patada de costado (girando el talón del pie izquierdo, en el suelo, para acentuar el golpe) provocando de esta manera la caída inmediata de doña Olga, que recibió la patada a la altura del pecho.
Esa fue una mañana muy inquieta. De inmediato Yina, el mecánico, oyó los gritos, horribles (formaban como una letanía colmada de quejidos y lamentos) que profería doña Olga desde el suelo. Salió a la calle y al ver a su hermana en el piso y al Dr. Tuga alejándose, otra vez encorvado, puteando, para el lado de la esquina, Yina gritó:
-Parate ahí, puto!
Naturalmente el Dr. Tuga no se dio por aludido; siguió caminando, manso, sin elevar la cabeza. Entonces oyó la súbita carrera, el intrépido ruido de los pasos de Yina que venía por atrás.
Cuando alcanzó a girar, El Dr. Tuga ya tenía encima el primer golpe de Yina que le alcanzó la boca. Fue como una campana, como un tiro. En lugar de neutralizarlo, ese golpe fue una suerte de satori; oyó bombos veloces a lo lejos, el aire se impregnó de olor a guerra. El sabor a metal de la sangre le llenaba la boca, la garganta.
Peleó durante un rato con Yina. Los dos eran muy buenos luchadores.
Como ocurre tarde o temprano, en un momento llegó la policía y a todos en el barrió se les terminó al fiesta.
El Dr. Tuga pasó preso cuatro días. Salió mansito y lúcido como un colibrí.
-Cómo estuvo la cárcel, Doctor - le pregunté el día que salió.
-Cerrá la boca, vos -contestó él. Y luego de un momento-: Estuvo linda -dijo.
El Dr. Tuga, y yo también, sí, no podiamos parar de sonreir.
domingo, 2 de septiembre de 2007
Doña Ndú
Cierta mañana de fines de febrero, el Dr. Tuga, al despertar temprano de un sueño que a él le pareció una pesadilla, le gritó a su señora, Doña Ndú, que estaba tomando mate en la cocina:
-Oíme, pedazo de hija de puta, dónde pusiste mis gafas!
Sucedía que el Dr. Tuga usaba gafas, ahora las buscaba y no las encontraba y eso lo hacía sentirse incómodo. Doña Ndú, al escuchar así, irritada, la voz de su marido, abandonó el mate en la mesita y corrió presurosa de la cocina a la pieza. Ella había visto las gafas en el baño, lugar en el que el Dr. Tuga las olvidaba con frecuencia (y esto, si se me permite la digresión, es fácilmente apreciable: piénsese
que cada vez que el Dr. Tuga se va a lavar la cara, debe sacarse las gafas y apoyarlas por ahí, en el borde de la bañadera, en el lavabo mismo, junto a las canillas, en cualquier lado; por eso es que el Dr. Tuga las olvida). Lo cierto es que Doña Ndú le dijo a su marido:
-Amor, las olvidaste en el baño; ahora te las traigo.
El Dr. Tuga bufó, molesto, pero molesto sobre todo con él mismo, porque suele olvidar esos anteojos ("esos putos anteojos", dice él)
en el baño.
Doña Ndú no le dijo nada cuando se los dio, pero lo miró de esa manera en que ella solía mirarlo, incendiándolo, matándolo. Entonces el Dr. Tuga se sentó en la cama, se dejó caer sobre las manos y empezó a llorar como nunca antes Doña Ndú había visto llorar a persona alguna, un llanto interminable, fuente de una tristeza contagiosa, única.
Doña Ndú dudó por un buen rato. Se mordía los dedos, lo miraba, se mordía los dedos, lo miraba. Finalmente, se lanzó a su lado diciéndole:
-Amor!
Entonces el Dr. Tuga, seguramente sorprendido por ese salto súbito de ella, en un acto reflejo, se la comió. Se comió a Doña Ndú!
Eso es lo que más nos preocupa, ahora. El Dr. Tuga anda angustiado, diciendo: "Pude haberlo evitado, pude haberlo evitado".
-No sea tonto -le digo yo-. Doctor, las cosas pasan porque tienen que pasar. Es el destino.
Entonces el Dr. Tuga me mira, suspira y dice:
-Callate la boca.
Me doy cuenta de que está molesto y me callo la boca por un rato.
No quiero que se enoje.
Si el Dr. Tuga se enoja, tiemblo.
-Oíme, pedazo de hija de puta, dónde pusiste mis gafas!
Sucedía que el Dr. Tuga usaba gafas, ahora las buscaba y no las encontraba y eso lo hacía sentirse incómodo. Doña Ndú, al escuchar así, irritada, la voz de su marido, abandonó el mate en la mesita y corrió presurosa de la cocina a la pieza. Ella había visto las gafas en el baño, lugar en el que el Dr. Tuga las olvidaba con frecuencia (y esto, si se me permite la digresión, es fácilmente apreciable: piénsese
que cada vez que el Dr. Tuga se va a lavar la cara, debe sacarse las gafas y apoyarlas por ahí, en el borde de la bañadera, en el lavabo mismo, junto a las canillas, en cualquier lado; por eso es que el Dr. Tuga las olvida). Lo cierto es que Doña Ndú le dijo a su marido:
-Amor, las olvidaste en el baño; ahora te las traigo.
El Dr. Tuga bufó, molesto, pero molesto sobre todo con él mismo, porque suele olvidar esos anteojos ("esos putos anteojos", dice él)
en el baño.
Doña Ndú no le dijo nada cuando se los dio, pero lo miró de esa manera en que ella solía mirarlo, incendiándolo, matándolo. Entonces el Dr. Tuga se sentó en la cama, se dejó caer sobre las manos y empezó a llorar como nunca antes Doña Ndú había visto llorar a persona alguna, un llanto interminable, fuente de una tristeza contagiosa, única.
Doña Ndú dudó por un buen rato. Se mordía los dedos, lo miraba, se mordía los dedos, lo miraba. Finalmente, se lanzó a su lado diciéndole:
-Amor!
Entonces el Dr. Tuga, seguramente sorprendido por ese salto súbito de ella, en un acto reflejo, se la comió. Se comió a Doña Ndú!
Eso es lo que más nos preocupa, ahora. El Dr. Tuga anda angustiado, diciendo: "Pude haberlo evitado, pude haberlo evitado".
-No sea tonto -le digo yo-. Doctor, las cosas pasan porque tienen que pasar. Es el destino.
Entonces el Dr. Tuga me mira, suspira y dice:
-Callate la boca.
Me doy cuenta de que está molesto y me callo la boca por un rato.
No quiero que se enoje.
Si el Dr. Tuga se enoja, tiemblo.
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