-Qué hacés, hijo de puta.
Así fue como, una mañana, luego de este tiempo muerto que ha transcurrido desde que nos distanciamos, me saludó el Dr. Tuga cuando atendí el teléfono. Sólo atiné a hacer silencio, luego del improperio. Silencio. El Dr. Tuga estaba ahí, del otro lado de la línea, del otro lado del aire, respirando. Un sudor inesperado me coronó la frente.
-Doctor? -dije por fin, y oí mi propia voz distintamente, como si un niño hubiera dicho "Doctor" en voz muy baja, en el recinto ahogado de una celda-. Doctor...?
-Necesito que vengas a buscarme.
-Por qué, Doctor?
-Porque tenemos que empezar a trabajar.
No supe qué decirle.
-Te espero en una hora. No me falles.
Se interrumpió la comunicación (el Dr. Tuga había cortado) y mientras que negué con la cabeza, sin énfasis, pensando que no iría, que esta vez no iba a acudir a su llamado, algo dentro de mí me hacía saber que toda negativa iba a ser vana y que eso el Dr. Tuga lo sabía. Lo sabía. Dios mío, lo sabía.
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