-Qué hacés, hijo de puta.
Así fue como, una mañana, luego de este tiempo muerto que ha transcurrido desde que nos distanciamos, me saludó el Dr. Tuga cuando atendí el teléfono. Sólo atiné a hacer silencio, luego del improperio. Silencio. El Dr. Tuga estaba ahí, del otro lado de la línea, del otro lado del aire, respirando. Un sudor inesperado me coronó la frente.
-Doctor? -dije por fin, y oí mi propia voz distintamente, como si un niño hubiera dicho "Doctor" en voz muy baja, en el recinto ahogado de una celda-. Doctor...?
-Necesito que vengas a buscarme.
-Por qué, Doctor?
-Porque tenemos que empezar a trabajar.
No supe qué decirle.
-Te espero en una hora. No me falles.
Se interrumpió la comunicación (el Dr. Tuga había cortado) y mientras que negué con la cabeza, sin énfasis, pensando que no iría, que esta vez no iba a acudir a su llamado, algo dentro de mí me hacía saber que toda negativa iba a ser vana y que eso el Dr. Tuga lo sabía. Lo sabía. Dios mío, lo sabía.
martes, 16 de septiembre de 2008
lunes, 28 de enero de 2008
INVECTIVAS
-Vos –me dijo el Dr. Tuga una mañana- te creés que escribís muy bien y sos un pelotudo.
Jugábamos al chinchón en su casa y tomábamos Cindor en dos vasos grandes. Al Dr. se lo veía algo apático, estaba cansado, estaba mañoso. Habíamos comido unos sanguches de jamón y queso y el Dr. no paraba de eructar. En verdad, era muy desagradable. Me tiraba miguitas de pan que habían quedado en la mesa.
-Doctor -me quejé-. Qué hace?
-Vos, para qué escribís.
El Dr. últimamente me fastidia con eso. No entiende mi intención de hacer un registro de notas, de crónicas de la vida de él. No, él no lo entiende. Pero a mí me urge desahogarme con alguien. Y él es tan intransigente, tan inhumano, a veces, que me termina haciendo daño, me lastima. Yo necesito escribir por eso. Para lograr que el daño que el Dr. me hace, se atenúe. Hice terapia unos años. Un día, mi terapeuta eventual, que se llamaba Jorge Luis (sí, como Borges, pero de apellido Sina) al término de una sesión de una hora en la que yo no paré de hablar, me pasó por encima de la mesa, en su consultorio, un libro que ahora recuerdo de color celeste, en esa edición: Ética para Amador, de Fernando Savater.
-Esto –me dijo ese día Jorge (yo le decía Jorge)- te va a ayudar a entender mejor al Dr. Tuga.
La conducta violenta que el Dr. descargaba en esa época en mí, era tema frecuente de terapia.
Yo me vi con el libro en la mano y sentí un deseo urgente de leerlo. Me despedí de Jorge, salí a la calle y empecé a caminar leyendo entre la gente. Me choqué con un tipo y sonreí. Savater, en el libro, me estaba hablando a mí. A mí, que leía sin saber que esa lectura me iría ofreciendo indicios, signos que los vaivenes de los días ordenarían sin prisa, caminos para llegar al Dr. Tuga a través esa máquina de humo, la razón, el pensamiento occidental, cristiano y poderoso.
Sé que hace mucho que no escribo aquí, Kuy. Pero es difícil escribir cuando la vida no evidencia otra cosa que tormentos. Últimamente Tuga ha estado insoportable. Intentaré traducir, en breve, en forma de palabras, este padecimiento constante que soporto. He pensado en matarlo, al Dr. Tuga, pero algo que palpita dentro de mí me impide hacerlo. Voy a estudiarlo, sí, voy a llegar a él. Si el tiempo y el mismo Dr. me lo permiten, seguiré publicando crónicas que hablen de su vida. Si Dios quiere.
Jugábamos al chinchón en su casa y tomábamos Cindor en dos vasos grandes. Al Dr. se lo veía algo apático, estaba cansado, estaba mañoso. Habíamos comido unos sanguches de jamón y queso y el Dr. no paraba de eructar. En verdad, era muy desagradable. Me tiraba miguitas de pan que habían quedado en la mesa.
-Doctor -me quejé-. Qué hace?
-Vos, para qué escribís.
El Dr. últimamente me fastidia con eso. No entiende mi intención de hacer un registro de notas, de crónicas de la vida de él. No, él no lo entiende. Pero a mí me urge desahogarme con alguien. Y él es tan intransigente, tan inhumano, a veces, que me termina haciendo daño, me lastima. Yo necesito escribir por eso. Para lograr que el daño que el Dr. me hace, se atenúe. Hice terapia unos años. Un día, mi terapeuta eventual, que se llamaba Jorge Luis (sí, como Borges, pero de apellido Sina) al término de una sesión de una hora en la que yo no paré de hablar, me pasó por encima de la mesa, en su consultorio, un libro que ahora recuerdo de color celeste, en esa edición: Ética para Amador, de Fernando Savater.
-Esto –me dijo ese día Jorge (yo le decía Jorge)- te va a ayudar a entender mejor al Dr. Tuga.
La conducta violenta que el Dr. descargaba en esa época en mí, era tema frecuente de terapia.
Yo me vi con el libro en la mano y sentí un deseo urgente de leerlo. Me despedí de Jorge, salí a la calle y empecé a caminar leyendo entre la gente. Me choqué con un tipo y sonreí. Savater, en el libro, me estaba hablando a mí. A mí, que leía sin saber que esa lectura me iría ofreciendo indicios, signos que los vaivenes de los días ordenarían sin prisa, caminos para llegar al Dr. Tuga a través esa máquina de humo, la razón, el pensamiento occidental, cristiano y poderoso.
Sé que hace mucho que no escribo aquí, Kuy. Pero es difícil escribir cuando la vida no evidencia otra cosa que tormentos. Últimamente Tuga ha estado insoportable. Intentaré traducir, en breve, en forma de palabras, este padecimiento constante que soporto. He pensado en matarlo, al Dr. Tuga, pero algo que palpita dentro de mí me impide hacerlo. Voy a estudiarlo, sí, voy a llegar a él. Si el tiempo y el mismo Dr. me lo permiten, seguiré publicando crónicas que hablen de su vida. Si Dios quiere.
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